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“Care packages”

Cajas llenas de café, galletas boricuas, pasta de guayaba, latas de salchichas y mascarillas con la típica notita escrita a mano firmada por mamá o papá.

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Por primera vez recibí un paquete que me enviaron Mami y papi con bolsas de café puertorriqueño. Soy nueva en esto de tomar café. Me enviaron cuatro marcas de café boricua que no venden en el Bronx, más dos libros de cocina que había olvidado en casa la última vez que visité. El paquete parece que hizo un music tour por todo Estados Unidos (lo mandaron por USPS). Yo lo perseguí con el tracking number y, cuando llegó, mi roommate lo dejó frente a la puerta de mi cuarto. Me alegro muchísimo ver esa cajita con la dirección donde crecí escrita por mi mamá y envuelta como con siete capas de tape, seguro por mi papá.

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A estas cajas que vienen de casa se les llama “Care packages”. Son cajas pesadísimas llenas de amor comestible. Quienes las envían realmente se toman la tarea de demostrar que le importas. Yo me imagino que cuando están llenando las cajas y ven que todavía caben cosas, dicen “contra, aguanta otras siete latas de salchichas carmelas, una de leche evaporada, y adobo, déjame decirle a Juan del Pueblo que pare en el supermercado de camino a casa”. Es un trabajo de ingeniería casera. Es perfecto.

Hace como un año, cuando todavía vivía en Boston con Carlos y Balni, recibimos un care package de cuatro amigos arecibeños que durmieron en nuestra casa durante sus vacaciones en la ciudad. La caja pesaba lo que pesa el trineo de Santa Clo’ y fui yo quien la subió a la casa. Cuatro pisos sin elevador. La caja tenía galletas Cameo, harina de almojábanas y bacalaitos, café, salchichas, y 500 cosas más, hasta una botella de Don Q Añejo Especial. Estaba tan llena que a los muchachos no les cupo la notita en papel de argolla y escribieron sus mensajes en la misma caja.

En mayo de este año, cuando fui a Puerto Rico por un mes, quedé en enviarle café a Carlos y Balni. Se lo dije a papi, “que los nenes quieren café boricua”, y él (súper extra) les mandó una caja de café que parecía que iba a suplir un coffee shop gringo. Fuimos a Hatillo Cash and Carry, por selección de papi, y agarramos dos de cada marca de café. Algo así, les mandamos como 12 paquetitos, una cacerola para calentar la leche y un colador para la natita. Añadimos también galletas cucas y besitos de coco. Papi estaba feliz haciendo la compra. Recuerdo que me hizo tomarle fotos al carrito de compras con las bolsas de café para que le enseñara a los roommates. También me pidió una foto frente al correo con las bolsas de compra. Fue un evento. Carlos y Balni tardaron en recibir la caja. Yo tiré el recibo a la basura sin darles el tracking number (siempre buscando drama) y llegamos a pensar que alguien la había robado. Creo que al sol de hoy no me perdonan ese susto. Cuatro meses después todavía toman café del que les mandó papi. De vez en cuando Carlos me escribe, “aquí tomando café de Papote”.

Y es que al recibir una caja de estas sientes que te abrazan. La caja puede pasar días en tu escritorio sin que la abras y aun así te suple felicidad. Yo pienso que el regalo está en el hecho de saber que tus papás o la persona que te la envió te tiene bien arriba en su corazón al punto de seleccionar cosas que despertarán tus recuerdos y te traerán alegría. Entonces esos alimentos vienen con valores añadidos, desde ese momento saben diferente. Ahora cuando me preparo el café automáticamente me imagino a mi papá y a mi mamá escogiendo esa bolsita de café para mí. Me los imagino imaginándome tomándolo, y yo me siento acompañada tomándome ese café por la mañana.

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