Pocas imágenes son tan festivas como una botella de champán a punto de estallar, pero aunque la escena pueda parecer emocionante —especialmente en celebraciones deportivas o videoclips musicales—, agitar una botella antes de abrirla no solo es innecesario, sino también riesgoso y un desperdicio del preciado contenido.
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El champán y otros vinos espumosos, como el cava o el prosecco, contienen dióxido de carbono disuelto como resultado de una segunda fermentación en botella. Esta presión interna, que puede alcanzar hasta seis atmósferas —aproximadamente el triple de la presión en una goma de carro—, se mantiene estable mientras la botella está en reposo. Pero al agitarla, se incrementa la formación de burbujas y se altera el equilibrio del gas con el líquido, lo que provoca una liberación explosiva al retirar el corcho.
Desde el punto de vista de la seguridad, esta acción puede ser peligrosa. El corcho puede salir disparado a velocidades que superan los 50 kilómetros por hora, lo suficiente como para causar lesiones o daños materiales si no se manipula correctamente.
Por eso, los expertos recomiendan siempre sostener el corcho con firmeza, inclinar ligeramente la botella y girarla suavemente, en lugar de forzarlo.
Además, cuando se agita el champán antes de abrirlo, gran parte del contenido puede derramarse en forma de espuma, perdiendo así aromas, efervescencia y producto.
Más allá del desperdicio, se arruina la experiencia sensorial que caracteriza a este vino: su elegancia está en las burbujas finas y persistentes que se liberan lentamente en la copa, no en un chorro descontrolado.
En definitiva, abrir una botella de champán debe ser un acto refinado y respetuoso con el producto. Aunque el impulso de agitarla pueda parecer divertido, lo cierto es que arruina el vino, puede resultar peligroso y termina quitándole sofisticación al momento.
La mejor manera de celebrar sigue siendo con una apertura controlada, una copa bien servida y un brindis lleno de intención.