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Llena de nostalgia y esperanza la primera cena después de la apertura

Un sentimiento de alegría inundaba todo mi ser este pasado fin de semana. Sentía que las piezas del Universo iban engranando para bien

Un sentimiento de alegría inundaba todo mi ser este pasado fin de semana. Sentía que las piezas del Universo iban engranando para bien y en el ambiente se murmuraba un poco de esperanza para la industria.

Por primera vez en mucho tiempo, iba a poder disfrutar sentado en el salón de restaurante de una cena cuando ya ha caído la noche. De camino al lugar, la calle perspiraba una energía colectiva de entusiasmo y confraternización que ya había olvidado. Había un poco de tráfico en la famosa calle Loíza, los estacionamientos públicos estaban casi llenos y al mirar las vitrinas de los establecimientos, se veía la vida culinaria en pleno movimiento.

Escogí un lugar que apenas había abierto unas semanas antes de la cuarentena, pero no había tenido la oportunidad de experimentar. Al llegar a su puerta, me encontré con la nueva realidad. Las instrucciones para entrar eran simples y claras: tener mascarilla, te tomarían la temperatura y tendrías que aplicar sanitizador en las manos antes de poner un pie dentro del lugar. Todos los empleados tenían sus mascarillas cubriendo su boca y nariz y las mesas estaban organizadas con distanciamiento. La imagen parecía de una película de fin del mundo.

No obstante, esto es lo que nos ha tocado vivir y es, básicamente, la única forma en la cual podemos vivir experiencias gastronómicas de una manera segura. Sin problema alguno, accedí a todas las reglas del lugar y agradecí profundamente a los empleados por la oportunidad de permitirme estar allí.

Para mi sorpresa el menú no me lo trajeron, curiosamente me lo enviaron por vía electrónica para accesarlo desde mi dispositivo móvil (¡qué brillante idea!). Cuando abrí el menú, una de mis primeros pensamientos fue ¿tendrán un menú limitado? pero la realidad es que estaban todos sus platos insignias y tenían hasta especiales del día. Una vez pedí los entrantes y la bebida, la mascarilla pasó de cubrir mi cara, al bolsillo de mi pantalón. La realidad se hacía mucho más real en cada segundo que pasaba dentro del establecimiento.

A pesar de estar en un lugar cerrado en ese momento, pero consciente de todos los protocolos que estaban en marcha, me sentía sumamente seguro. Con esa paz mental, gracias a una buena ejecución de estándares de seguridad por parte del restaurante, podía disfrutar de la velada sin pensar en consecuencias que podría haber en un futuro. En ese instante me concentré en los olores del lugar, en la risa de las personas que compartían el espacio y en la experiencia culinaria que estaba volviendo a vivir.

Cada vez que llegaba un plato a la mesa, era como presenciar un milagro. En cada bocado, revivía los controles sociales y el sacrificio que todos en esta isla hicimos durante tanto tiempo. Sabía que todo había dado frutos positivos. Por eso, la comida estaba más deliciosa de lo que imaginaba y el trago me embriagaba de felicidad. Una vez terminada la cena, caminaba por las aceras de la calle Loíza queriendo continuar la noche en algún bar, pero ya se acercaban las 10:00pm y tendría que regresar a mi hogar. La realidad volvió a mostrar su cara.

Aunque estamos muy lejos de la verdadera realidad que disfrutábamos antes de la pandemia, es increíble volver a sentirnos más cerca del final. Todavía quedan muchos lugares por reabrir, muchas personas de la industria que necesitan volver a trabajar y mucha más práctica de los protocolos de seguridad. No hay duda que la evolución de la industria la estamos viviendo en vivo y a todo color.

Es imprescindible que continuemos siguiendo las instrucciones de los establecimientos, que seamos conscientes de los demás comensales y, más importante aún, que seamos agradecidos del sacrificio que estaban haciendo los empleados de cada lugar.

En resumen, estamos viviendo la nostalgia de la realidad del presente.

Paul E González Mangual es un escritor puertorriqueño que ama viajar y viaja para comer, y luego comparte historias sobre esas aventuras culinarias en su agencia de turismo gastronómico, FOODIEcations.

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